domingo, 6 de septiembre de 2009

¿El graffiti un arte clandestino?


Una de las cosas que para mí son más atrayentes del graffiti es su carácter clandestino, transgresor. Esa clandestinidad está ligada a la dinámica de la calle y a una juventud con deseos de expresarse. Existe entonces ese doble registro, una firma o dibujo que se hace eludiendo a las autoridades y protegido por la oscuridad de la noche y a la vez una necesidad de expresarse, de decir, de ser tenido en cuenta.

Esa necesidad de ser reconocido se da de una forma muy propia, como lo señala Craig Castleman (1982) desde los inicios del graffiti en los años 70 en Nueva York, con el denominado “dejarse ver” o “Getting up” que tiene que ver con la necesidad de hacerse conocer como artista por los otros graffiteros, por el peatón y en el espacio público; para ello más que la calidad del graffiti, era importante la cantidad de los mismos. Así, rayar muchas veces las paredes es asumida como una necesidad, la cual se toma con seriedad como lo muestra este fragmento de una entrevista hecha por el autor antes mencionado:

“… Yo creía que con haber pintado solo una vez ya eras famoso para siempre, que tu nombre iba de un la do a otro. ¡Qué tonto era ¡ Ya ves tú, un solo metro. Lo más seguro es que no lo veas más de una vez en tu vida. ¡Hay montones de ellos! Entonces no me daba cuenta de todos los metros que hay en esta ciudad. Y luego él dijo “tienes que seguir pintando si quieres darte a conocer, si quieres hacerte ver” y yo le respondí: “Vale, vale. Tío” Estaba la mar de preocupado, pero lo hice y volví a pintar otra vez, y otra, y otra…:”

Existen entonces unas reglas originadas en la dinámica misma de la calle y un comunicarse con la gente en general, pero también entre el grupo de graffiteros del barrio. Probablemente ese "estar preocupado" trae consigo el reconocimiento de las implicaciones que tiene el exponerse y una y otra vez a pintar las paredes sin ser visto.

Para muchos de los graffiteros de la época en New York, incluso los materiales para pintar debían ser conseguidos mediante el hurto a los almacenes. Aunque algunos, poco hábiles en estos menesteres, preferían comprarlo, no lo reconocían públicamente, porque había una fuerte censura al respecto:
“Entre los escritores de graffiti existe la tradición de que todos los materiales utilizados han de ser robados. El proceso de adquirir dichos materiales se denomina “raking up” (mangar) y no se diferencia de las otras formas de sustracción en supermercados o grandes almacenes”… “Algunos escritores son menos habilidosos que otros a la hora de “mangar”, y los más habilidosos suelen coger más pintura de la que van a utilizar, vendiendo la que les sobra a otros escritores menos expertos o más miedosos.” (p. 53)
Estos graffitis se hacían especialmente en los vagones del metro, escabulléndose por los diferentes carriles donde estaban estacionados los vagones.

“La mayor parte de los graffitis se hacen por la noche en cualquiera de las numerosas cocheras que hay repartidas por la ciudad. Para acceder a ellas, los escritores han de escalar muros, colarse por las alambradas o saltar por encima de las verjas. En el caso de los apartaderos subterráneos, descienden a las vías desde los andenes y caminan por la plataforma de madera que cubre el carril conductor o avanzan por estrechas pasarelas hasta llegar a los trenes estacionados.” (p. 55)

Todas estas características hacen pensar que el lugar del graffiti es la calle, por lo que sorprende ver algunas de estas obras expuestas en galerías. Como diría Collazos (1986) el graffiti desconoce esos espacios porque se resiste a ser institucionalizado:

“En el graffiti, el deseo consigue su inmediata satisfacción. Al no tener intermediarios, es un coloquio de onanistas. No tiene objetivo definido, ni siquiera el de encontrar un interlocutor, pues nace de una fantasía irrealizable en el ámbito público: el amor sublimado, la trasgresión erótica, el disgusto político, la rebelión contra la asepsia pública representada en la pared en blanco. Si se concedieron espacios específicos para descargar esta necesidad compulsiva, como se destinan espacios para afichar anuncios comerciales, los autores del graffiti se saldrían de ese espacio, pues representarían un esfuerzo por poner límites a una práctica de voluntad ilimitada.” (p. 11)

Aunque no me molesta ver obras como las de Bansky en el museo de Londres porque me parece que la relación se da al contrario, es decir, es el graffiti el que ha invadido el espacio de la galería no para ser capturado por ésta, sino que de alguna manera va de visita a la galería se instala por un tiempo, habla dentro de ella y luego regresa a su espacio natural que es la calle, creo que es en esta última donde adquiere todo su fuerza.
Para mí el graffiti es y será siempre un arte de lo clandestino….


1 comentario:

  1. Hola Lina
    Me encantó tu video.
    Realmente es un arte clandestino y como tal muy trasgresor de las normas establecidas. Pero los graffiteros siguen sus propias reglas.
    Es un interesante planteo del tema.

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